La Luna Rota
By B.E. Alejandro • 6 minutes read •
La Luna Rota
La indulgencia del ser humano y sus ganas de tener más hicieron que, al tratar de perforar la luna en un día normal —importante para la humanidad pero indiferente para cada ser humano—, la perforación saliera mal, desgarrando la luna a la mitad y provocando un inminente choque contra la Tierra.
No se activó ninguna alarma hasta mucho después. ¿Por qué lo haría? Podrías mirar al cielo y ver un pedazo de luna viniendo hacia ti.
Eran las 6:30 a.m. Estaba amaneciendo. Recuerdo que desperté; papá había ido a su carpintería unas calles abajo de casa. Era grande y olía a tóner. Había estado haciendo puertas para alguien rico, un total de 23, todas barnizadas.
Mamá estaba haciendo de comer. Ella decía que todas las comidas eran importantes, pero por alguna razón estaba preparando su mejor platillo: papas con chorizo. Cocinaba muy bien, tal vez sería el destino tratando de darme un último regalo antes de morir.
Mis hermanas se maquillaban. Escuché que irían a una fiesta de un amigo que tenían en común. A mí nunca me gustaron las fiestas, así que no las acompañaría. Solo estaba sentado en la orilla de mi cama viendo cómo se maquillaban. Recuerdo haber visto el pelo de ambas brillar ante la luz del amanecer.
Solo pensaba en qué haría ese día. Me preguntaba si me iría bien en la universidad. Había aprobado el examen de admisión: oficialmente era un universitario. No sentía nada, ni emoción ni tristeza. Solo existía.
Recuerdo que salí de casa para ver el amanecer cuando vi la luna. Hoy era el gran día. ¿Cómo lo había olvidado? Corrí por mi telescopio, lo monté y apunté hacia la luna. Ahí estaba. En unos minutos, el ser humano perforaría algunas zonas de la luna, ya que había descubierto un yacimiento de gas metano. Podríamos usarlo como combustible y como trampolín para viajes espaciales.
Mientras veía la luna, solo podía pensar que algún día yo haría algo tan importante como eso. Miraría hacia atrás y vería la Tierra alejarse mientras me embarcaba rumbo a otro planeta. No para abandonarlo, sino para expandirlo. Qué desolación me invadió al ver que la luna se estaba moviendo. Asustado, tardé 20 minutos en verificar y digerir lo que veía: la luna se había partido literalmente en dos y una parte venía hacia nosotros.
Corrí hacia mamá. Estaba cocinando y le dije:
—¡MAMÁ, LA LUNA SE CAE!
Claro, creyó que era un juego y continuó picando las papas, pero cuando vio mi cara —llorando y llena de pánico— salió a verlo. Se quedó callada. No la culpo. Yo también lo habría hecho. La mitad de la luna se acercaba; estaba entrando a la atmósfera. Mamá se arrodilló y lloró como nunca la había visto. Sentí más miedo por ella que por la luna.
Grité el nombre de mis hermanas. Al escuchar a mamá llorar desesperadamente, corrieron a la puerta donde ella estaba arrodillada y yo parado a su lado mirando la luna.
¿Por qué había pasado esto?
¿Toda mi vida la desperdicié?
¿Debí hacer algo diferente?
¿Por qué me pasa esto?
Eso pensaba mientras un trozo gigante de nuestra luna se acercaba. Cuando llegaron mis hermanas corriendo, preguntaban qué había sucedido. Solo señalé la luna. Se quedaron calladas. Mi hermana mayor intentó llamar a su novio, pero naturalmente ya nada funcionaba. En su desesperación dijo que iría a buscarlo. La detuve. Quería pasar mis últimos minutos con la familia de la que tanto quería huir.
Recordé a papá. Tal vez no se había dado cuenta, ya que su carpintería era una bodega grande. Le dije a mamá que se quedara con mis hermanas, que iría por él. Ella no dijo nada.
Les dije a las niñas:
—Cuídenla, iré por papá en la bici.
Me subí a la bici y pedaleé lo más rápido que pude. Llegué y no estaba papá. Me asusté. En ese momento cayó el primer impacto: un escombro, comparado con la luna que venía hacia nosotros. Todos se dieron cuenta de lo que pasaba. Atónitos, algunos lloraban, gritaban o rezaban.
Yo, aturdido por tanto ruido, seguí buscando a papá. No lo encontraba y cada vez estaba más cerca la luna. Parecía que podría tocarla en cualquier momento. Pensé en buscarlo, pero ya no me daría tiempo de regresar con mamá. Me imaginé los peores escenarios. En un arranque de desesperación, y siguiendo mi corazón, fui con mamá y mis hermanas.
Al llegar, estaban enraizadas. Mamá, al verme, me abrazó muy fuerte. Solo nos dijo “perdón” y siguió abrazándonos. Cayó otro escombro cerca de nosotros. Podía escuchar los gritos de la gente y otros llantos. Miré al cielo: era inminente, estaba a punto de morir.
De repente llegó papá. Lo vi. Yo nunca había tenido una relación amistosa con él, pero en ese momento solo podía abrazarlo. Me abrazó, y nuevamente nos abrazamos todos.
En ese instante no vi mi vida pasar; solo podía ver lo que pude haber sido. Estaba asustado y molesto. Yo era ateo; sabía que no había nada después de la muerte, y eso me asustaba más. No quería desaparecer. Tenía miedo. Mucho miedo.
Empezaron a sonar alarmas. Cayó el primer gran trozo muy a lo lejos, pero aun así sentimos el impacto.
Y aquí viene el sol.
Aún estaba hermoso en su amanecer.
Me di cuenta de cuán insignificantes somos, a pesar de creer que todo gira alrededor de nosotros.
Cuarenta minutos después de la perforación, toda la raza humana había muerto. La Estación Espacial Internacional, en un intento por preservar nuestra especie, se dirigió al planeta habitable más cercano, pero la misma Tierra, destruyéndose, impactó contra ella, matando a todo ser humano del universo.
Abro los ojos. Despierto sudando por lo que acaba de pasar. Corro a ver la luna y no está ahí. Escucho a mamá llamarme para comer. Voy corriendo y me siento en la mesa que papá había construido. La veo: es ella, actuando tan normal. No entiendo qué pasa.
Llegan mis hermanas con vestidos y maquilladas, platicando entre ellas. Mamá nos sirve la comida. En ese momento llega papá, se lava las manos y se sienta a mi lado. Mamá termina de servir.
No sé qué está pasando, pero probar la comida de mamá otra vez con mi familia es todo lo que me importa.
Tomo la cuchara, pruebo un sorbo y sí, como lo esperaba: es la mejor comida que ha preparado mamá.